Ciudades sostenibles

¿Cómo funciona realmente una ciudad en el siglo XXI? ¿Hasta dónde llegan sus recursos? ¿Cómo intervienen en ella las administraciones públicas y las grandes corporaciones? ¿Cuál es el papel de los ciudadanos? ¿Cómo deben usarse las nuevas tecnologías? En el año 2050 el 70% de la población mundial vivirá en núcleos urbanos. Si atendemos a los estudios demográficos que concluyen que para esa misma fecha vivirán 9.000 millones de personas en el mundo y que esa cifra superará los 10.000 millones a finales de siglo, podemos hacernos una idea del reto al que nos enfrentamos.

De hecho, no hace falta esperar hasta el año 2050. Según el último informe de Naciones Unidas sobre Asentamientos Urbanos, la gestión sostenible de las ciudades se ha convertido ya un desafío extremadamente complejo para nuestras instituciones. Las urbes que ha heredado el siglo XXI devoran recursos insaciablemente, actúan como incontrolables generadores de residuos y han de afrontar los estragos de la falta de planificación ante el intenso éxodo rural que se produjo durante el siglo pasado.

«Nos encontramos inmersos en una crisis que nos obliga a replantear buena parte de nuestro sistema económico, social y político. La ciudad alberga el espacio-tiempo donde se producirán los cambios, dado que tiene la escala adecuada para aumentar la calidad de vida de la humanidad. Sin ciudades sostenibles, la sostenibilidad, sencillamente, no será posible», afirma Víctor Viñuales, director de la Fundación Ecología y Desarrollo (Ecodes).

Desde la Fundación Ecodes proponen mejorar la eficiencia energética a través de la sustitución del 100% del alumbrado público por tecnologías de iluminación eficiente y llevar a cabo rehabilitaciones y auditorías energéticas en los edificios. Para fomentar la movilidad sostenible, piden que se alcance como mínimo el 80% en movilidad de transporte público, peatonal y bicicleta. También apuestan por elevar hasta el 10% el uso de vehículos eléctricos.

La ecuación es fácil de trazar, aunque su solución sea extremadamente compleja: frente a un escenario compuesto por una población que crece a un ritmo vertiginoso y unos recursos cada vez más limitados surge la necesidad, imperiosa, de encontrar fórmulas de consumo eficientes. En los años 70, cuando el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov se preguntaba «a cuántos seres humanos puede alimentar y sostener la Tierra y por medio de qué técnicas», ya estaba poniendo sobre la mesa el debate en torno a la sostenibilidad. A estos interrogantes que explicitaba Asimov le han seguido otros: ¿En qué circunstancias climáticas vivirá el hombre el día de mañana? ¿Qué reparto del bienestar se establecerá? ¿En qué grado de dignidad?

Para el profesor de filosofía Juan García-Page, «cuando hablamos de ciudad sostenible no podemos evitar relacionar este concepto con un mito muy difícilmente alcanzable y derivado de la continua búsqueda del paraíso terrenal por parte del hombre». Quizá por eso sea importante objetivar cuáles son los desafíos y cuáles las posibles soluciones. En la Fundación Ecodes han definido una serie de retos para que las urbes del siglo XXI cimienten realmente, y no sólo con el compostaje de las buenas intenciones, «el tránsito hacia una economía baja en carbono». Entre estos objetivos, establecidos para el año 2015, se incluye la mejora de la eficiencia energética, apartado para el que proponen medidas como sustituir el 100% del alumbrado público por tecnologías de iluminación eficiente o llevar a cabo rehabilitaciones y auditorías energéticas en los edificios.

Para fomentar la movilidad sostenible, el documento elaborado por Ecodes propone alcanzar como mínimo el 80% en movilidad de transporte público, peatonal y bicicleta, además de triplicar el número de usuarios habituales de bici en las ciudades. También apuestan por elevar hasta el 10% el uso de vehículos eléctricos y transformar los centros de las ciudades a través de procesos progresivos de peatonalización.

Otras fórmulas para estimular la economía baja en carbono son la introducción de cláusulas sociales y medioambientales en el 100% de los pliegos de contratación de obras, servicios y compras públicas, el incremento de un 20% de la cantidad de agua reutilizada y la reducción de consumo doméstico a 100 litros máximo por habitante y día. En el campo de reciclaje establecen un tope de 385 kilogramos por habitante y año. «En un momento como éste, de cambio global, los desafíos no son sólo institucionales; es la ciudadanía en su conjunto quien tiene que apostar por la sostenibilidad», señala Viñuales.

El informe establece como marco de la ciudad sostenible «la convivencia desde la diversidad y la diferencia profundizando en la democracia». «La ciudad es un espacio de deberes y derechos, de responsabilidades y acciones que configuran un espacio político de participación real. El reto es actuar, gobernar democráticamente y mejorar las ciudades para preservar el planeta». «Para ello» -añaden- «resulta fundamental que la transparencia sea uno de los principios inspiradores de la práctica municipal».

Desgraciadamente, no siempre esta dimensión democrática está presente en los discursos que giran en torno a la ciudad del futuro. Existe cierta tendencia a ubicar megaproyectos de «smart cities» en regiones del mundo donde no se respetan los derechos humanos, ni la diversidad cultural ni los principios más básicos de la democracia… «Se trata de iniciativas que, por su complejidad técnica, son presentados como ejemplos a seguir, sin que nadie mencione que se desarrollan en lugares del mundo donde vulneran de forma sistemática las libertades más básicas», explica el arquitecto Martín Esteve, experto en urbanismo y derechos humanos.

Evidentemente, el progreso tecnológico resulta clave para muchas de las soluciones que demandan nuestras ciudades, pero si centramos el debate en el bienestar de los ciudadanos, no deberíamos obviar lo más elemental: una convivencia democrática. «Se habla mucho, por ejemplo, de Masdar,la urbe ecológica que el estudio de arquitectura de Norman Foster diseña en los Emiratos Árabes. Se trata de un reto de envergadura porque el objetivo es que esta ciudad se autoabastezca, y como arquitecto entiendo el entusiasmo que suscita, pero no podemos olvidar que quienes vivan allí lo harán bajo el yugo de una dictadura», explica Esteve.

Más allá de las contradicciones que se puedan producir en regiones de Asia, Oriente o África, lo cierto es que existe competencia a nivel global en torno a los proyectos de ciudades sostenibles. En Singapur han desarrollado un Smart Grid en el que una red bidireccional no sólo controla y gestiona el consumo de energía, sino que integra un sistema de producción alternativa descentralizada desde el que introduce electricidad en la red a partir de generadores ecológicos, como paneles solares o pequeñas plantas de ecogeneración.

En el norte de Europa, la cívica y ejemplar Suecia acoge SymbioCity, un proyecto de 11.000 viviendas situado sobre una antigua zona portuaria de Estocolmo que ha convertido en  el primer ejemplo de urbanización capaz de mantenerse a sí misma gracias a fuentes renovables. Un ejemplo se encuentra en Malmö, la tercera ciudad sueca, que  a mediados de los años 90 se convirtió en un modelo de sostenibilidad y ecología urbana. Los mejores ejemplos de esta realidad son dos de sus barrios: Puerto del Oeste, icono de la bioarquitectura, y Augustenborg, un verdadero laboratorio ecológico y social.

En Nevada, Estados Unidos, han puesto en marcha Boulder City, una red inteligente de distribución eléctrica para reducir el consumo eléctrico, reducir el coste y aumentar la fiabilidad y transparencia del sistema.

En China, Taijin: La ciudad está diseñada para cumplir exigentes parámetros de sostenibilidad en cuanto a la calidad del aire y el agua, las emisiones de carbono o la utilización de un transporte ecológico. Se está construyendo sobre suelo contaminado, ya que, en el pasado, se depositaron residuos tóxicos. Se eligió ese lugar porque, de este modo, no se levanta sobre suelo que se podría usar para la producción de alimentos u otros recursos.

Fuentes: ethic.es


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