Arq. Eduardo Souto de Moura: “Soy realista. Creo en la reparación”

Tiene una sonrisa irónica, pero plácida, de buena vida y mejor ánimo. No es una novedad, forma parte de su fisonomía. Con ella recibe la felicitación por el “inesperado” Premio Pritzker. “En la vida hubiera imaginado que algún día me lo darían. Ni siquiera me había parado a pensarlo”, asegura. Pero, pícaro, admite que le vino muy bien. “Negociaba honorarios en París. Me ofrecían el 5% y yo pedía el 6%. Estaba ya cansado de discutir. Parecía condenado al 5, cuando el Pritzker llegó para solucionarlo”. El Pritzker le llega a Eduardo Souto de Moura (Oporto, 1952) en un momento en que se empieza a soltar formalmente y ya no es el discípulo de Mies van der Rohe pasado por Álvaro Siza -su otro maestro- que una vez fue. Con poca obra fuera de Portugal, empieza a construir en Francia y en España. Pero han sido proyectos radicales como  el Museo de Paula Rego (Casa das Historias) en Cascais o el estadio de Braga los que le han llevado hasta el Olimpo de los más reconocidos arquitectos contemporáneos.

El estadio de Braga, particularmente, con sus dos graderías insertadas en una cantera de granito, fue diseñado como escenario de la Eurocopa de 2004 y habla de la recuperación de espacios y también de una arquitectura social que permite ver los partidos a quien no tiene entrada subiéndose al monte y sentándose en el cerro.

 Un año después de recibir el Premio Pritzker, Souto de Moura (Oporto, 1952) llegó el jueves a Pamplona para participar en el II Congreso que organiza la Fundación Arquitectura y Sociedad, en el que también han intervenido Norman Foster y Rafael Moneo, entre otros. Debía haber conversado allí con su maestro, amigo y vecino Álvaro Siza, pero éste canceló el viaje por culpa de una caída. “Se ha roto el brazo, pero ya dibuja con la izquierda. Yo lo llevo peor, porque la escalera por la que cayó la hice yo“.

¿Cómo le ha ido el año del Pritzker? ¿Se ha hecho rico? Rico no. Me invitan a cafés y la gente me saluda y me da las gracias porque el Pritzker fue la única buena noticia que recibimos en Portugal en todo el año pasado. Al principio tampoco lo valoraron tanto, pero cuando vieron a Obama en la ceremonia de entrega… Eso les impresionó. Mis colegas me toman el pelo. Si hay que reclamar algo a la Administración, dicen: “Que lo haga Eduardo, que es Pritzker y no le dirán nada”. Pero, por eso mismo, la Administración no me pasa una.

¿Y los clientes? Yo eso ya lo vi cuando Siza ganó el premio, hay mucha hipocresía: mucho premio, mucho homenaje, pero los clientes son los mismos, con más prisas y más presiones cada vez. Ahora hay muy poco trabajo y el que hay es en condiciones increíbles.

¿Se divierte con su trabajo? No me gusta nada la arquitectura como juego, las decisiones banales. Pero sí que intento divertirme, incluir pequeñas ironías en el dibujo, pequeños delitos. Sorprender, no hacer siempre lo que se espera de uno, hacer como Miles Davis… La vida no debería ser una cosa tan seria como para no poder sorprendernos.

¿Y las insatisfacciones? Hay una cosa horrible en este trabajo: cuando te equivocas es imposible esconderlo. Todos los días, miles de personas pasarán delante de esa estación de metro que está mal resuelta. No tiene solución. Es insoportable. Y por eso hay que trabajar tanto, quedarte sin vacaciones. Probar y volver a probar los materiales y las escalas. La escala es una intuición, pero hay que trabajar en ella. Un gato no es un tigre pequeño.

¿Y qué es equivocarse? Hay una frase de Rafael Moneo. En el proyecto, al principio, todas las decisiones son arbitrarias. Nuestra obligación es darle un sentido a esas arbitrariedades.

¿Recuerda un momento en el que, de estudiante, pudo intuir que iba a ser un arquitecto importante? No, nunca. Ni siquiera era de los buenos de mi clase. Tenía tantas dudas que los primeros años después de licenciarme los pasé dando clase en Filosofía. Veía con desdén la práctica, hasta que la descubrí. Y que conste que sigo teniendo las mismas dudas, cada vez más, porque hay más problemas a los que responder.

Una persona importante en su vida es el arquitecto Álvaro Siza. Sí. Mucho. Cuando yo estudié, la escuela de Oporto estaba muy politizada. Eran los años de la sociología. Y trabajamos para cambiar las infraviviendas que los obreros tenían en los jardines de las viviendas burguesas. Se llamaban islas. Queríamos cambiar las cosas. Trabajábamos con las asociaciones de vecinos. Todo era muy social. Lo extraordinario es que luego estalló la revolución de los claveles. Y cuando Nuno Portas se convirtió en secretario de Estado de Vivienda dijo que quien tuviera un plan y estuviera organizado, él lo apoyaría. Decidimos dignificar esas viviendas. Pero necesitábamos un arquitecto que firmara el proyecto. Éramos estudiantes. Así es que fuimos a buscar al mejor. Y el mejor era Siza. Luego me quedé a trabajar con él cinco años.

Hasta que le dio una patada y lo echó. Sí. Un día me dijo: “Si quieres ser arquitecto, no puedes continuar aquí. Tienes que irte”. Y tenía razón. Era cómodo trabajar allí. Pero al salir tuve que espabilarme. Trabajar con Álvaro es maravilloso. Como persona es excepcional. Por entonces él se había quedado viudo y yo era soltero, así que comíamos muchas veces juntos. Él defendía a Alvar Aalto. A mí me gustaba Mies van der Rohe.

¿Hoy sigue pensando lo mismo? Bueno… de Aalto me impresiona mucho la vigencia de sus ideas. Entonces creía que era expresionista, pero visitando su trabajo en Finlandia entiendes que era muy racionalista. Es el arquitecto del que compro más libros. Me gustan sus muebles: modernos, cálidos y casi anónimos. Pero creo que Mies era más radical-

Y como joven, usted prefería la radicalidad… Era el tiempo de larevolución de los claveles. Había que rehacer el país, construir medio millón de viviendas. Tanteando el lugar y las costumbres como Alvar Aalto, no íbamos a poder hacerlo. Necesitábamos un lenguaje técnico para vencer la presión posmodernista. Un idioma práctico y eficaz. Discutíamos mucho. Yo creía que Mies podía ayudar más que Alvar Aalto.

¿Qué admira de Siza? Lo que me marcó fue más su figura que su arquitectura: el hombre, su ética y su conocimiento. Él te da los instrumentos para hacer. Pero es extremadamente exigente. Es suave ydulce, pero lo quiere entender todo. Tengo un texto sobre él que escribí hace años. En él explicaba que con Álvaro cuando uno piensa que está todo acabado te lo hace empezar todo de nuevo.

Con 76 años, Siza firmó el Museo Iberê Camargo en Porto Alegre, que es una mezcla entre volver a nacer y haber llegado a lo que no sabías que se podía alcanzar. Ese edificio es impresionante. Y ante algo así, uno piensa: ¿copiar qué?, ¿estudiar qué? Pero cuando tengo un problema, muchas veces pienso: ¿qué haría Álvaro?, ¿qué estrategia seguiría? Y todavía trabajo con él en algunos temas. Hacemos juntos el metro de Nápoles. Y es un placer viajar con él. Contamos historias, discutimos, vamos a cenar… Trabajamos bien. Yo dibujo y él me dice no, no, no… [Risas]. Es una relación muy bonita.

¿Usted no quiso ser su discípulo o él no le dejó? No era posible. No lograría meterme en su cabeza. Conozco muy bien el lenguaje, la parte técnica. Conozco muy bien su gramática. Pero no podría pensar como él. Tengo otras ideas. Él dice que soy neoplástico, como el Mies que me gusta. Yo no tengo que probar nada a Álvaro, y él no quiere nunca imponer nada. Eso nos hace estar bien. Trabajar juntos es como jugar al ajedrez. Dibujamos en mi casa. Pero insisto: el personaje es más fuerte que el arquitecto. Es muy importante entender la identidad, la ética que da como consecuencia este tipo de arquitectura obsesionada. Siempre ha sido un tipo obstinado. Cuando estaba haciendo el restaurante Boa Nova, dormía en las piedras. Se las conocía de memoria. Su hijo también es obsesivo.

En este clima, ¿qué opina de la derechización de su país y de Europa en general? ¿Qué es ser de izquierda hoy? Parece que no tiene mucho significado. Esto va a acabar mal. No es un problema ideológico, es un problema de injusticia. Wall Street no puede decidir el futuro del mundo. Los Gobiernos no pueden ayudar a los bancos para que inviertan en especulación. La situación no es un problema entre derechas e izquierdas. Hay gente de derechas muy buena. La situación es amoral. No hay moral. Esto da la posibilidad de hacer cosas monstruosas. Esto no puede durar… Portugal está fatal.

Fuentes: elpais.com, elmundo.es

Casa das Histórias Paula Rego. Eduardo Souto de Moura.