En tiempos de crisis, ¿Arquitectos?

Llevo varios meses leyendo artículos relacionados con la crisis de la construcción y como afecta directamente al gremio de los Arquitectos Superiores, Arquitectos Técnicos (en España), Ingenieros Civiles (en Latino américa) y el panorama parece que no da muchas luces de mejorar. En España al menos, el paro (desempleo) a alcanzado al 26,4% de los Arquitectos.

El desalentador momento profesional al que se enfrentan estos profesionales  y todos los que se encuentran en proceso de serlo en un futuro próximo,  ha saltado las alarmas en cuanto a la necesidad de reflexiones de cambio y la articulación de expandirse a otros campos.  Una necesidad que debe entenderse como la búsqueda de una posición distinta –más cercana y sostenible- de la arquitectura y del significado de ser arquitecto.

Seamos honestos, no todos los estudiantes que se licencian en la Universidad y obtienen un título de Arquitectura – por poner un ejemplo- terminan trabajando en grandes despachos y construyendo edificios emblemáticos, o tienen una oficina propia cuyo  nombre es referente en libros y revistas.   No critico a los que están en ésta situación, por el contrario les felicito por su enorme éxito.

El panorama actual con el que se encuentran los recién titulados, está muy lejos de ser ese, no es sólo que hay menos posibilidades de empleo, sino que las condiciones son cada vez peores. Las opciones  a elegir son el desempleo o un trabajo precario.

Hace unos meses apareció una oferta de empleo en España en la que pedían un perfil profesional muy especializado por el que ofrecían un sueldo que  encendió la mecha de la indignación de cientos de arquitectos que, a través de las redes sociales y diversos blogs alzaron sus voces pidiendo el fin de la explotación y devaluación de la arquitectura y sus profesionales.

La otra cara de la moneda nos muestra a muchos profesionales que se plantean a diario como alternativa más probable el cambiar de oficio,  pero cambiar de profesión es duro y  lleno de riesgos, y para todos aquellos que han invertido una cantidad enorme de tiempo y dinero no es una idea que pueda resultar atrayente, especialmente en nuestro caso, en el que abundan los enamorados de la materia y solemos tener una visión muy apasionada.

Muchos arquitectos que conozco han aprovechado su formación técnica y artística para explorar vertientes no constructivas,  como la fotografía, el diseño gráfico, turismo, cine, repostería, pedagogía…

Creo que uno de los errores que se viene cometiendo desde hace décadas radica en que en las facultades se suelen  preparan a los futuros arquitectos para hacer obras grandes, pero el grueso de la energía constructiva y económica no está en la construcción de viviendas nuevas, sino en la infinidad de pequeñas reformas que hace la gente por su cuenta.  A nadie sorprende que la figura de un arquitecto se mire con un aura de inaccesibilidad y elitismo. En general, el modelo que se nos inculca en la mayoría de las Escuelas de Arquitectura nos hace albergar unas expectativas que a la postre se ven frustradas. La enseñanza está –lógicamente- orientada hacia los aspectos creativos y de diseño, en algunos casos suficientemente atendidos los técnicos pero muy descuidados los gerenciales, de modo que cuando acabas la carrera te enfrentas a un mercado agresivo que pone en evidencia nuestras carencias formativas y capacidades empresariales.

En mi opinión, y por nuestro propio bien, debemos humanizar la arquitectura, enfatizando la valiosa importancia del servicio del arquitecto. No excluyente, sino asumible y compatible con otras prácticas, la reivindicación del arquitecto de proximidad, cuya percepción de su labor no es exclusiva y necesariamente la de producir nuevos edificios sino definir cómo recuperar, reciclar y actuar en servicio de las demandas específicas de la población.

Un ejemplo de ello es lo que propone el  Arq. Argentino Rodolfo Livingstong,  quien ha reivindicado la reformulación del arquitecto, creando la figura del ‘arquitecto de familia’ como un especialista al alcance de la población – de la misma manera que un médico o un abogado- valorizando esas acciones de lo que él define como microarquitectura’ (Cirugía de Casas, Kliczkowski, 1990), relacionadas con intervenciones arquitectónicas supuestamente menores pero cuya finalidad es contribuir a hacer  del hogar un espacio de bienestar, adaptado a las necesidades de sus usuarios.

Mis queridos colegas, he escuchado muchas veces que un buen arquitecto ve oportunidades donde otros ven problemas: oportunidades de cambiar, de arriesgar, de mejorar; la crisis es una gran ocasión para todo esto. Hay que olvidar que la crisis es algo dañino, claro que hay que trabajar, ¡y mucho! Pero ese trabajo de buscar cosas nuevas, de renovar, de innovar,… es un trabajo de formación que nos ayudará día a día a ser mejores.

En tiempos de crisis debemos pensar en la idea de sostenibilidad, no meramente en términos de equilibrio ecológico, sino también de una economía sostenible para todos.

 

 

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